(Publicado en el diario español El País el 29 de setiembre del 2014)

Valérie Trierweiler ha sacudido la reentré literaria en Francia y saca un libro donde revela todo sobre su relación con el presidente francés: el triángulo amoroso, frases lapidarias de Hollande sobre los franceses, escándalo. Hasta ahí tiene los ingredientes de un libelo, de un arreglo de cuentas para curar un abandono. Varias librerías deciden no venderlo. Mensaje: la literatura es un hecho separado del mundo real, no transitivo a la esfera pública. Trierweiler fue inmediatamente encerrada en el círculo inmanente de la loca histérica y celosa que escribe por dinero. Pocas personas han salido en su defensa y los literarios han sentido que el tema no les concernía. Argumentos: división entre vida pública y privada, derecho al secreto. Pero estas dos reglas corresponden a una división que viene del siglo XVIII y divide el trabajo en dos conceptos distintos en función del género: las mujeres tienen reservado el espacio íntimo, lo doméstico, y los hombres el público o el ejercicio de una ciudadanía plena. La gente se lanzó a comprar el libro, no solo por chismosa, sino porque les hablaba de sus propias vidas, de una mujer de extracto social bajo que es repudiada. Es la fuerza de la literatura popular contra su versión burguesa (no hay perlas sino lágrimas, no hay marcas sino desarraigo). Es el hecho pequeño, banal y cotidiano, llevado al espacio público, es el derecho al discurso negado a las mujeres en sociedad. Quizás este hecho histórico signifique que el ejercicio del discurso en lo público es también otra forma de hacer de la literatura un fenómeno vivo y social, en suma un hecho también político. Cuanto más lejos esté la literatura de las experiencias concretas, más fría será la mirada exterior. En este caso, la realidad se impone a la ficción con un libro que decide hablar, con todos sus excesos y pequeñeces, desde el espacio de la emoción, desde la no teatralización de la verdad.

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