Un autor que acompaña
Treinta años de la muerte del filósofo Michel Foucault, razones por las cuales es imprescindible leerlo.
Michel Foucault muere en el hospital parisino de la Salpetrière. Estamos en 1975 y los primeros indicios sobre su muerte son dudosos, más tarde se confirmará que ha muerto de una enfermedad hasta entonces poco conocida, el sida.
Militante, agitador de masas, no basta con pensar, hay que pasar a la acción, y él, como filósofo, lo hace convertido en esa “caja de herramientas” de la que hablaba Deleuze, dispuesto a apoyar los movimientos de rebelión contra la maquinaria estatal que asfixia al individuo. Foucault se va a instalar en el centro de un debate filosófico por la libertad, el cuerpo y la persona, el cuerpo y el deseo. Este debate se desarrollará en medio de la sociedad “bien pensante” de su época exponiendo a los sistemas políticos a un análisis sobre el abuso de poder y el exceso de vigilancia.
Con Vigilar y castigar, esta reflexión abarca los sistemas penitenciarios y la prisión como un “dispositivo”, una tecnología política del cuerpo que domina el cuerpo y el alma a la sombra de los reglamentos. Con la Historia de la locura en la edad clásica, el análisis toca la evolución de los sistemas de vigilancia e instala la duda sobre la noción de lo que se considera como "normal" y los escenarios donde ciertas nociones son tomadas como verdades duraderas. Este libro es también una dura crítica al funcionamiento de las instituciones médicas y el uso del saber medical como instrumento de poder.
Con Las palabras y las cosas el análisis del lenguaje lo lleva a hacer una epistemología de iconos y símbolos, el lenguaje constituido en una problemática frente al deseo (el centro de la reflexión de Jacques Lacan), la liberación y la valorización de la palabra de los oprimidos, inversión de poderes para sacarlos de una especie de mudez irremediable.
El trabajo de un intelectual, nos dice Foucault, no es modelar la voluntad política de los otros, es, a través de los análisis que hace en los campos que son los suyos, interrogar las evidencias y los postulados, sacudir los hábitos, las formas de hacer y de pensar, disipar las familiaridades adquiridas, retomar la medida de las reglas y de las instituciones, y a partir de esa re-problematización (donde se juega su oficio de intelectual) participar en la formación de una voluntad política (donde debe jugar su rol de ciudadano). Bio-poder, ética institucional, compartir, poner en duda la política y sospechar de nuestras creencias, instalarse en la re-cuestionamiento de los valores que se convierten con el tiempo en verdades inamovibles, he ahí una parte importante del trabajo dejado por este filósofo.
Al poner el cuerpo biológico en el seno de la práctica histórica, Foucault inaugura la vía de una forma de historia de la resistencia y de la subjetivación, una forma fenomenológica que abarca el momento histórico y las condiciones de vida del individuo.
El debate sobre este tema se hace urgente en nuestro tiempo, puesto que el discurso sobre la seguridad y la vigilancia se agudiza debido a una explosión demográfica.
De otra parte, parece necesaria, en Francia, en toda Europa, una reflexión humanista y filosófica de los sistemas penitenciarios. Con un discurso político sobre la sexualidad en plena actualidad, el matrimonio homosexual es uno de ellos, el pensamiento de Foucault vuelve a cobrar vigencia, pero no en el sentido quizás que él esperaba, la sexualidad como una forma de utopía, proyecto individual de libertad fuera de las normas, sino como un discurso conformista donde ejercer el poder.
Justamente, la pregunta que hay que hacerse es por qué reclamar una legislación (matrimonio) en el terreno donde lo individual podría gozar de un poder inalienable. Buena pregunta.