El regreso al pasado
De cómo vamos perdiendo más derechos, de cómo no los adquirimos...
“Jeanne, ayant fini ses malles, s'approcha de la fenêtre, mais la pluie ne cessait pas.”
Una vida, nada más importante que una vida, pero una vida como mujer, desde un cuerpo de mujer. Devenir una mujer, convertirse en una mujer, decía Simone de Beauvoir, quería decir asumir el rol que nos han asignado dentro de nuestra sociedad, ponernos ese rostro tan distinto al que quisiéramos tener.
Ponerse la máscara.
Puedo retroceder fácilmente a mi infancia y pensar en esos días en los que la situación de mi madre, divorciada, a cargo de cuatro hijos, me inspiraba, puede reconocer el estrés de pensar cómo ayudarla, qué hacer para que pudiese seguir estando en la vida, para que las mujeres no se burlasen de ella, los hombres le faltasen el respeto, su aislamiento no fuese más radical.
Este año, he pensado, ha sido el año de la confirmación de los poderes más abusivos, el de las economías hegemónicas, que arrinconan cada vez más a los más pobres, el de los hombres, que dejan a las mujeres cada vez más rezagadas, condenadas a la muerte civil. La vida de un feto en formación es más importante que la vida de una mujer en plena conciencia.
La mujer no es dueña de su cuerpo, le pertenece a la sociedad y a sus legisladores, que son hombres.
La soledad de las mujeres duele, primero porque no es "natural", aunque la costumbre de ser ciudadanas a medias las haga pensar lo contrario. Las mujeres se acostumbran a ser siempre las sirvientas de los hijos, de los nietos, de la familia en pleno. No hablan alto, y si lo hacen pasan por agresivas. Cuando Jules Michelet, escribe la historia de las mujeres de la revolución en el siglo XIX, describe una situación idéntica a la que vivimos ahora: las mujeres que están solas no se insertan fácilmente a la sociedad, si son abandonadas por un hombre, todo el mundo las mira con desconfianza, si son madres solteras, se condenan a las soledad. Los hombres renuevan sus vidas, encuentran siempre con más facilidad un lugar en la sociedad. Nadie los mira con desconfianza, es casi imposible. En la literatura, basta leer a Madame de Stael, una de las pioneras del romanticismo francés para darse cuenta de que esta situación, es, sigue siendo, una injusticia legitimada, simbolizada en todas las formas y asumida como parte del "sentido común" en muchas personas. Según Stael las mujeres son parias (palabra que ella toma de los parias de la India), de ahí que una de sus lectoras más voraces, Flora Tristán, lo tomase como título: "Las peregrinaciones de una paria".
Veo a mi madre, veo a una tía, puedo contar cada una de sus historias, todas son mujeres inteligentes, brillantes incluso, pero nunca han encontrado nadie que las mire, nadie que las reconozca sino ha sido en estereotipos y modelos que solo las desfiguran, jamás un rostro, jamás una persona entera, solo miradas paralizantes, espejos turbios.
Pensaba: ¿no son mujeres dañadas, no somo mujeres dañadas, sin historia, condenadas a imitar modelos impuestos, y cuándo, cuándo diablos, podremos ser vistas como personas enteras?
Toda opresión es insoportable. Que existan Ministerios de la mujer, es un síntoma de que esta situación se ha institucionalizado, que existe en la sociedad como un problema de la institución, en manos de ella que decidirá qué hacer con el destino de la clase más mayoritaria, las mujeres. Me recuerda a la frase de Flora Tristán, "la clase más mayoritaria de la sociedad, la clase obrera" (esto está en su librito La unión obrera). Porque las mujeres siguen, sobre todo en nuestros países, tarbajando con sus manos, cogen escobas, aspiradoras, alimentan niños y niñas, los cuidan, incluso cuidan al acompañante (si lo es) y al marido, no miento si en estos útimos días que he observado un poco a los viajantes, he visto a muchas mujeres mirando embelesadas algún monigote pedante que las ignoraba. Esa displicencia...."
Displicencia de las frases. oiga, señora.... las miradas, y las mujeres mudas, resignadas a su suerte. Creo que si no fuésemos seres de costumbre, no aceptaríamos esta situación. No hay nada más alienante que el trabajo doméstico, que el trabajo de criar hijos, la mujer en la casa y en la familia está completamente alienada, no ve su vida como una vida, sino como la prótesis de la familia. Si no trabaja como profesional y a cambio de un sueldo (el único trabajo gratis es el doméstico), su vida es más sonámbula, más oscura. Virginia Woolf se quejaba de esa parálisis, la somatizó hasta la locura, en medio del anuncio de la guerra que se aproximaba. Con Leonard, su perro guardián, había editado los primeros libros de Sigmund Freud, presentían que esa época estaba revuelta, que muchas cosas quedarían en el pasado.
Creo que vivimos en estado de guerra, hay una guerra no declarada, entre los ricos y los pobres, entre los hombres y las mujeres.
Vivimos una nueva Restauración.
Unos y otras claman justicia para aquellas mujeres que se atreven a abortar, otros, "los machos que se respetan" (sic), o los no sé "cuántos cretinos" (cuando se votó la penalización del cliente en la prostitución en Francia) pedían que no se votase por esa ley porque no era posible que las mujeres no decidiesen "vender su cuerpo", libertarios, dixit, pero cuando se trata del aborto, las mujeres no son dueñas de su cuerpo: ¡llevan el fruto de sus espermatozoides!!
De nuevo esa palabra, la restauración, la vuelta al pasado, el miedo al futuro, la parálisis. Ninguna mujer es desocupada si pasa las escoba todos los días, carga bebés, sola, y vive esta situación como "natural". Es la existencia convertida en sobrevivencia, en dócil sobrevivencia anestesiada.
Este año, tendría que ser crucial, escuchaba una frase en la radio venezolana: "soplan buenos vientos, avancen". Cierto, corren buenos vientos en ciertos países, falta que lleguen a nuestras costas y que se desaten las amarras.